domingo, 20 de noviembre de 2011

AfortunadaMente.



14:30 horas. Martes. El último servicio informativo de la FM había anunciado los sentidos 29 grados de temperatura. El sonido de su apresurado caminar entre las áridas calles iba acompañado por el etéreo canto de las calandrias. Lo único que anhelaba en ese instante era llegar a destino para deshacerse de sus livianas pero pesadas prendas y refrescar su alma con un vaso de agua.

Mientras tanto su mente inquieta, en forma programática organizaba un cronograma con el devenir de su día. “Terminar los papeles”, “Llamar al cliente”, “Ir al supermercado”, “Preparar la cena”, eran sólo algunas de las tantas consignas faltantes.  De manera forzosa, casi obsesiva intentaba recordar todo lo que había planificado esa mañana mientras desayunaba. Así una nueva y, en ese momento, fundamental tarea se había sumado: “Comprar una agenda”. Estaba convencida que esa sería la solución a  su gran déficit de memoria.

Pero, ¿Era realmente como creía? ¿Facilita la vida una agenda? ¿O la complica? Víctima de sus propios interrogantes se sumerge en una laguna de planteos estúpidos, casi irracionales e intenta darle respuestas. Y mientras tanto, el sol quemando.

Súbitamente ese silencio se volvió ruido. Esa tranquilidad pueblerina, caos. Tantos compromisos y obligaciones que resonaban una y otra vez, casi sin dejarla respirar. Estaba ansiosa, exacerbada, necesitaba que el martes llegara a su final de una vez. Como un deja vú intuyó haberse sentido así con anterioridad, y logró deducir entre imágenes fugaces que se trataba de una situación repetida en su vida.

Sí, había sido seducida y capturada por la rutina y el automatismo. No era más que una herramienta, un instrumento, que operaba respondiendo a una monotonía poco saludable.
Sintió que una bocanada de aire refrescaba  sus ideas, purificando tanta contaminación emocional. Recordó todo aquello que había hecho a un lado y le hacía tan bien. Familia, amigos, música, libros, eran algunos de los ingredientes que necesitaba para una vida menos opresiva y más feliz. Así, esos ruidos y el calor comenzaron a disminuir. Logró suspirar. Recordó también que hacía ya una semana que no hablaba con el viejo, y sin demorar un segundo, presionó la tecla verde en su celular.

14:35 horas. Buscaba la llave en el bolso para entrar en su casa, y mientras conversaba y planificaba una cena con su papá, sentía una suave pero necesaria caricia en el alma. Logró apreciar por primera vez la tenue y bella melodía de las calandrias. Sonrió… ya no quería que el martes llegara a su fin.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Plantar un árbol, escribir un libro, tener un blog.

Compartir, ese es el inicio. Una necesidad humana imprescindible como respirar. Pero, ¿qué compartir?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? Ahí es donde Internet aparece como respuesta a nuestros interrogantes, dejándonos a elección propia muchísimas opciones. Y el blog es una de ellas.

Un blog. En un principio creí que era una demostración de egocentrismo puro  y lo rechacé fervientemente: “eso es para giles que se creen futuras revelaciones de la literatura”. Sin embargo aquí estoy,  publicando en un blog y supliendo al fin mi necesidad de compartir.

Si el dicho popular dice que quien avisa no traiciona, entonces les advierto que el contenido de mis publicaciones será totalmente variado; que obviamente no tengo talento literario o poético; y que no me creo una intelectual, erudita ni nada parecido.

Por favor no interpreten esto como gesto de narcisismo o fanfarronería.
Perdón por mis horrores de redacción, hago lo que puedo pero intentaré mejorar.
Y gracias por regalarme un minuto de sus días, ni se imaginan lo valioso que significa para mí.

Sin más que escribir, me despido con un simple pero real "hasta luego".