14:30 horas. Martes. El último servicio informativo de la FM
había anunciado los sentidos 29 grados de temperatura. El sonido de su
apresurado caminar entre las áridas calles iba acompañado por el etéreo canto
de las calandrias. Lo único que anhelaba en ese instante era llegar a destino
para deshacerse de sus livianas pero pesadas prendas y refrescar su alma con un
vaso de agua.
Mientras tanto su mente inquieta, en forma programática
organizaba un cronograma con el devenir de su día. “Terminar los papeles”,
“Llamar al cliente”, “Ir al supermercado”, “Preparar la cena”, eran sólo
algunas de las tantas consignas faltantes.
De manera forzosa, casi obsesiva intentaba recordar todo lo que había
planificado esa mañana mientras desayunaba. Así una nueva y, en ese momento,
fundamental tarea se había sumado: “Comprar una agenda”. Estaba convencida que
esa sería la solución a su gran déficit
de memoria.
Pero, ¿Era realmente como creía? ¿Facilita la vida una
agenda? ¿O la complica? Víctima de sus propios interrogantes se sumerge en una
laguna de planteos estúpidos, casi irracionales e intenta darle respuestas. Y mientras
tanto, el sol quemando.
Súbitamente ese silencio se volvió ruido. Esa tranquilidad
pueblerina, caos. Tantos compromisos y obligaciones que resonaban una y otra
vez, casi sin dejarla respirar. Estaba ansiosa, exacerbada, necesitaba que el
martes llegara a su final de una vez. Como un deja vú intuyó haberse sentido
así con anterioridad, y logró deducir entre imágenes fugaces que se trataba de
una situación repetida en su vida.
Sí, había sido seducida y capturada por la rutina y el automatismo.
No era más que una herramienta, un instrumento, que operaba respondiendo a una monotonía
poco saludable.
Sintió que una bocanada de aire refrescaba sus ideas, purificando tanta contaminación emocional.
Recordó todo aquello que había hecho a un lado y le hacía tan bien. Familia,
amigos, música, libros, eran algunos de los ingredientes que necesitaba para
una vida menos opresiva y más feliz. Así, esos ruidos y el calor comenzaron a
disminuir. Logró suspirar. Recordó también que hacía ya una semana que no
hablaba con el viejo, y sin demorar un segundo, presionó la tecla verde en su
celular.
14:35 horas. Buscaba la llave en el bolso para entrar en su
casa, y mientras conversaba y planificaba una cena con su papá, sentía una suave
pero necesaria caricia en el alma. Logró apreciar por primera vez la tenue y bella melodía de las calandrias. Sonrió… ya no quería que el martes llegara a su fin.